Qué lástima cuando, de repente, caes en la cuenta de que alguien que ha sido vital en tu día a día durante meses o años te da exactamente igual. Hubo algo que te hizo abandonar a esa persona de golpe o poquito a poco, a voluntad u obligatoriamente, eso no importa.
Se portó mal. Pensó feo. Trató de menos a la gente. Desapareció el interés. Demasiada tontería.
Básicamente, dejó de gustarte.
Y ahora la sensación es como cuando vuelves de pasar unas horas frente a la chimenea: el olor que se queda impregnado en la ropa no hace justicia a lo reconfortante que ha sido pasar la noche delante de las llamas, pero es lo que hueles en este momento y no te gusta.