No soy carne de shopping. Nunca me gustó lo de quedar con amigas para ir de compras y se puede decir que el 99% de las ocasiones que voy a la búsqueda de alguna prenda o complemento salgo con las manos vacías de los establecimientos.
Si no es porque no tienen ropa que me guste (bastante habitual, y de ahí mi gran colección de básicos), es por el precio o la calidad del producto. De ahí que, de un tiempo a esta parte, me limite a comprar textil sólo en rebajas.
“Pero es que te quedas con los restos”, “casi nunca quedan tallas” o “tampoco te lo puedes poner tanto porque es de una temporada que acabas de pasar” son los clásicos argumentos de la gente que prefiere gastarse 40 euros en una camiseta antes que en una noche de cena, concierto y copa.
Mi madre cose. Mi abuela cosía. Pasé parte de mi infancia entre telas para cortinas, vestidos, fundas nórdicas e, incluso, calzoncillos. Sé cómo debe ser un buen pespunte, la maña que requiere realizar un buen ojal y el trabajo que lleva confeccionar una prenda. Por ello, sé que los productos que ofrecen hoy en día las tiendas no valen ni la décima parte de lo que marca la etiqueta (mucho menos si vienen de algún país asiático).
Allí los explotan y aquí somos tan ignorantes que pagamos 300 euros en un abrigo cuyo valor real no supera los 22 euros.
Esta mañana he ido de tiendas a la búsqueda de unas zapatillas. He encontrado unas que me gustaban cuyo precio había pasado de los 24,95 euros a los 3,99. Al ir a pagar, resulta que no, que el precio estaba mal, y me han costado la friolera de 1,99 euros. Han rebajado su coste aproximadamente un 98% y aquí no pasa nada.
¿Que son de otra temporada? Lo desconozco. ¿Que me van a durar dos asaltos? Probablemente. Pero ¿y el inmenso placer de saber que no te la han colado?. Y lo más duro…¿cuánto cuesta realmente fabricar esas zapatillas?