Suena el despertador y comienzo el ritual. Pienso que ya es viernes, que viene lo bueno. Bajo a la cocina a por el primer café del día y enciendo la radio, único acompañamiento que agradezco a primera hora de la mañana. Mientras preparo la cafetera el locutor me da la triste noticia: Miguel Delibes ha muerto en la Valladolid que lo vio nacer hace 89 años.

Inmediatamente me viene a la mente un aula de colegio. Allí, la profesora de escritura creativa, que un curso antes nos impartió Literatura española, nos aconsejaba y preparaba para enfrentarnos al papel en blanco con “algo de gracia”. Recuerdo que ella era una seguidora ferviente de Delibes y que, siempre que podía, nos facilitaba textos de su ídolo para que los analizásemos y aprendiésemos de su obra. No ocultaba su admiración hacia este escritor y pretendía inculcarnos su pasión hacia Delibes y otros genios de las letras nacionales.

En su día, mientras repartía fotocopias, nos aconsejó leer alguna obra entera del vallisoletano. En junio, cuando las clases ya tocaban a su fin, nos preguntó si a alguno de nosotros nos había “picado el gusanillo”. La respuesta negativa de todos los alumnos fue decepcionante para la docente, que se limitó a susurrar “no sabéis el error que cometéis” y continuó con la materia.

Y hoy me ha vuelto a la mente esa frase. Y la profesora. No recuerdo su nombre, pero sí su pelo dorado con ondulaciones amplias, sus arrugas de expresión y sus pequeñas gafas con las que camuflaba uno ojos azules que habían leído millones de frases.

Hoy es uno de esos días en los que te gustaría hacer justicia y correr al centro escolar que sufrió tu temprana edad del pavo para buscar a esa persona que tanto te aportó. “Oye que… cuando nos recomendaste leer a Delibes… escogí ‘El Camino’. Y me gustó mucho. No te di las gracias en su debido momento”.

Gracias.