Durante nueve meses todo me supo a despedida. El último verano, mi último cumpleaños, las últimas navidades, tu último cumpleaños, nuestras últimas horas.

Estaba en lo cierto: fue el último verano, mi último cumpleaños, las últimas navidades, tu último cumpleaños, nuestras últimas horas.

Esa temporada todo lo demás se volvió secundario. Insignificante. Mi vida se llenaba de nimiedades a las que no merecía la pena prestar atención y con las que me entretenía cuando necesitaba huir, pero que no escondían ni calmaban el huracán de ideas, tormentos y tristeza que sufría en mi interior.

Ahora que ya no estás, que la despedida ha tenido lugar, todo se mantiene igual: las buenas vivencias y momentos me alegran pero no del todo. Los malos tragos duelen pero no me afectan.

Dicen que se pasa. Que es cosa del caprichoso “tiempo, que todo lo cura”.

Yo sólo sé que quiero contarte cosas y no puedo.