El señor entra al vagón, como perdido y cansado de la vida, y se sienta frente a mí. En toda esa ladera de nieve que es su barba, me fijo en la mancha amarillenta que rodea su boca: un círculo ocre casi perfecto, el peaje de años llevando nicotina a sus pulmones. Su vestimenta me llama la atención, y me lleva directamente a sus manos. Parece un hombre que ha vivido mucho, y dentro de ese mucho demasiadas desgracias. Y algún que otro amor no correspondido.