No podía ser un mundo tan malo, ¿no? No con pájaros que trinan y cantan. Quizá ese era el secreto: encontrar las pocas cosas que hacen que la vida sea una fracción mejor, y centrarse en ellas. El trinar de los pájaros. La piel del melocotón. Los cachorros que ladran como si fueran perros grandes. Nada magnífico, ciertamente nada que justifique todo lo demás, pero suficiente como para mantenerte en marcha.