Siempre he pensado que contar lo que una ha soñado a otra persona es irrelevante para quien lo escucha y un sinsentido, ya que no tiene mayor trascendencia para el receptor. Pero me encanta hacerlo. Y esta vez ha sido tan bonito. Tan real.
No recuerdo de qué hablábamos, ni siquiera si lo hacíamos. Estábamos sentados uno junto a otro en el borde de una plataforma de la que nos colgaban los pies. No sé qué veíamos en el horizonte, pero sé que he experimentado esa sensación de libertad y calma que te dan unas vistas despejadas.
En un momento te has girado, me has mirado y has sonreído, como queriéndome decir que todo estaba bien. Que estabas bien. Yo ponía cara de que no me lo creía mucho, porque tú eras muy de quitar hierro al asunto. Pero me has pasado el brazo por la espalda en silencio y me has llevado hacia ti en un gesto seguro y cariñoso. He sentido que me transmitías serenidad, en sueños.
Da igual que fuera un sueño. Me ha hecho feliz. Nos sigues haciendo felices, a veces en el recuerdo, a veces en los sueños.