Necesitaba beber. La semana había sido especialmente estresante en el trabajo: Marina apretándome las tuercas más de lo necesario, el inseguro de Joel preguntando más de lo habitual y Gerard… Gerard mandando y puteando como sólo los jefes con mucha gomina, ropa cara y muy pocas horas al día en el tajo saben hacer.

Quedé con Martín a las ocho en el bar chino de su barrio, como solía ser habitual. Veinte minutos antes ya estaba en la mesa esquinera junto al ventanal, dispuesto a beberme el jueves a la salud de Marina, de Joel y del gilipollas de Gerard. Y de Patricia, que en el fondo era por quien bebía.

Apuraba la tercera cerveza cuando Martín entró al bar.

– Joder, ¿mala semana o qué? – dijo a modo de saludo mirando a las dos jarras vacías de cerveza que había sobre la mesa.

– Mala vida.

– ¿Pido otra y me cuentas el drama?

– Por favor.

Hay gente que va al psicólogo, a risoterapia, a yoga o al gimnasio para soltar la mierda acumulada. Lo respeto, pero yo bebo cerveza y le cuento mi vida a Martín, sin florituras ni adornos, vomitando verdades Leer más