Salió del baño tan rápido que chocó bruscamente contra el lavabo. Pese a que había recibido el dolor equivalente a un golpe de dedo meñique de pie contra la esquina de una puerta, no pronunció sonido alguno. Sólo reflejó el tormento en su rostro.

Una chica dejó de prepararse una raya para preguntarle si estaba bien.

– Sí, sí. Gracias.

– ¿Quieres?– le contestó, señalando las montañitas de coca.

– No, gracias. No soy de… – No había terminado la frase y la chica ya estaba esnifando.

Salió del baño y fue directa a la barra, donde le esperaba su amiga hablando con un chico con el que, 99,9%, no iba a terminar la noche. Pero éso el chico no lo sabía o no le importaba. El ligoteo nocturno, qué ciencia.

– Yo me voy ya. Estoy cansada y el ambiente empieza a ponerse turbio por aquí.

– Sí, vámonos. Bueno –dijo su amiga girándose hacia el chico y rebuscando su abrigo – nos vamos. Ya nos vemos por aquí, ¿vale? ¡Adiós! –y, sin darle tiempo a reaccionar, fueron directas a la salida.

La puerta parecía estar atascada. Por mucho que tiraban, era imposible desbloquearla.

– Hay que empujar con ganas– dijo un chico desde atrás.

Los tres, a una, volcaron todas sus fuerzas en abrir aquella pesada puerta y, tras un golpe maestro, la luz intensa de los primeros rayos de luz del amanecer les dio los buenos días a los tres.

Nooooooooo.

Y con la llegada del sol, se desvanecieron las fórmulas, el encanto y los misterios de la noche.