Necesitaba beber. La semana había sido especialmente estresante en el trabajo: Marina apretándome las tuercas más de lo necesario, el inseguro de Joel preguntando más de lo habitual y Gerard… Gerard mandando y puteando como sólo los jefes con mucha gomina, ropa cara y muy pocas horas al día en el tajo saben hacer.
Quedé con Martín a las ocho en el bar chino de su barrio, como solía ser habitual. Veinte minutos antes ya estaba en la mesa esquinera junto al ventanal, dispuesto a beberme el jueves a la salud de Marina, de Joel y del gilipollas de Gerard. Y de Patricia, que en el fondo era por quien bebía.
Apuraba la tercera cerveza cuando Martín entró al bar.
– Joder, ¿mala semana o qué? – dijo a modo de saludo mirando a las dos jarras vacías de cerveza que había sobre la mesa.
– Mala vida.
– ¿Pido otra y me cuentas el drama?
– Por favor.
Hay gente que va al psicólogo, a risoterapia, a yoga o al gimnasio para soltar la mierda acumulada. Lo respeto, pero yo bebo cerveza y le cuento mi vida a Martín, sin florituras ni adornos, vomitando verdades y pensamientos sin filtro alguno, que para algo nos conocemos desde hace años y es mi mejor amigo. La última temporada hemos estado un poco más distanciados porque los preparativos de una boda roban mucho tiempo de ocio, pero sabe de mi historia con Patricia.
Ella entró a trabajar hace seis años en la clínica en la que ejerzo de enfermero y Martín sabe que desde el principio ha habido una especie de tensión sexual entre nosotros. Además de lo físico, nos caímos bien desde el principio: compartíamos gustos, tenía sentido del humor, me contaba cosas interesantes y de vez en cuando decíamos frases hechas a la vez.
– ¿Has hablado con Patricia?– Preguntó Martín mientras posaba las cervezas en la mesa y se dejaba caer en la silla. Mi mueca acompañada de un suspiro le respondió que no. – Mira, lo he estado hablando con Laura y esta chica… o se ha cagado de miedo porque no puede gestionar tanto Lux appeal (juego de palabras horrendo inventado por Martin en la época universitaria que, a día de hoy y más de diez años después de habernos licenciado, sigue utilizando muy a mi pesar) o es una caprichosa que ha conseguido acostarse contigo y que, vete a saber tú por qué, es tan gilipollas que no tiene la decencia ni de dirigirte la palabra, aunque os conozcáis desde hace años y os llevéis bien.
Ahí lo tenéis. Mi amigo del alma no se andaba con paños calientes. Me gusta sentir cómo me envalentono al escuchar en boca de otro exactamente lo que opino, como si fuéramos almas gemelas, como si me reafirmara en mi propia opinión. Puro ego que no lleva a ningún lugar, pero que reconforta.
– Estoy casi seguro que va a ser la segunda. Y me jode, ¿sabes? Por lo que dices: resulta que es una tía más, sólo que en lugar de darme cuenta que además es imbécil los primeros 30 minutos de conversación, me he dado cuenta después de acostarme con ella, y tras varios años de supuesta amistad, trato o qué cojones sé yo después. Por cierto, ¿le has contado mi rollo a Laura?
– Necesitaba una opinión femenina al respecto, pero tranquilo que no va a ir desmontando tu imagen de tío duro por ahí. – Le dio un buen trago a su cerveza – Oye, pero… ¿no te cruzas con Patricia en la clínica?, ¿no has intentado el hablar con ella?.
– ¿Si te digo que cambió varios turnos la semana pasada para no coincidir conmigo y que, de lo que llevamos de ésta, sólo he tenido un par de conversaciones estúpidas con ella de “parece que el tiempo ha mejorado”?
– Supongo que no has ido a preguntarle directamente qué se piensa de la vida.
– ¿Cómo le saco el tema, si parece que tiene un palo metido por el culo cada vez que coincidimos? Le escribí un WhatsApp y respondió básica, muy seca. – Callé recordando en una milésima de segundo toda mi historia con Patricia, cómo me había ido haciendo ilusiones los últimos meses (sobre todo desde que dejó a su novio) y cómo me dolió aquella respuesta fría y distante. No me gustaba: no podía ser que una persona buena para ti te hiciera sentir tan mal. Estaba cansado. – Mira, que no Martin, que no estoy para chorradas…
– ¡A la mierda!– me cortó–. Lucas, sé que soy la mitad romántica de esta mesa, pero esa tía es… es… ¡gilipollas!. Vale que hasta ahora ha habido atracción, que os llevabais bien y que parecía muy maja, pero…– Martin me estaba sorprendiendo. Estaba luchando por mí, indignado por la posibilidad de que cualquiera jugase con mi bienestar. Quizá porque era una de las únicas ocasiones en las que veía que, realmente, me estaba preocupando por el post-rollo con una chica. De repente cambió el tono, fue como si hubiera caído en la cuenta de un detalle hasta el momento, obviado – Porque… ¿Tú querías algo más con ella, no?
– Pues la verdad es que no lo buscaba. Ni me lo planteé ni, mucho menos ahora, me lo planteo. Lo que me enerva es cómo se está comportando, me saca de quicio. No sé… siento que, de repente, se ha vuelto imbécil y no me he dado cuenta o… ¿o siempre ha sido estúpida y no lo he visto porque me ha podido el morbo? ¡¡Me siento estafado!!. – Esto último lo dije gritando, fruto del alcohol ya ingerido, y los tres señores sentados en la barra y Kuan (el camarero) me miraron. Me sonrojé un poco, pero también aproveché el momento para pedir dos cañas más a través de gestos.
– Mira: si sois mayorcitos para follar después de una cena de empresa, deberíais poder hablar tranquilamente del tema. Si no podéis es que o tú eres un niñato, o ella es una niñata, o los dos deberíais volver a la guardería y repasar el tema de “convivencia y comunicación para sobrevivir en este puto mundo sin ser un subnormal”.
– Martin, es que a ti te gusta mucho hablar de estas cosas, ser muy sincero siempre, y aclararlo todo, no quedarte con ninguna duda, pero… hay veces que… que no. – Kuan, nuestro camarero de cabecera, nos trajo las dos cañas acompañadas de una buena tapa, intuyendo (acertadamente) que la conversación se alargaría.
– Perfecto entonces. No lo habléis. Quédate con esa sensación de incertidumbre para siempre, y con la idea de que Patricia es imbécil, que realmente una persona que reacciona así no puede formar parte de tu día a día y que esa noche tampoco fue tan cojonuda como para tenerla de follamiga.
– Es triste pero es lo que estoy empezando a pensar, la verdad. Ahora mismo sólo le preguntaría por qué cojones se está comportando de esa manera tan chulesca.
– En serio Lucas, no sé cómo llevas tan bien el no saber qué coño pasa cuando lo puedes hablar directamente con esa persona.
– No me gusta lo que estoy viendo de ella y, no sé qué me da que lo que vaya a escuchar si le pregunto qué cojones le pasa para estar tan rancia conmigo me va a gustar aún menos. Y, entonces sí, le desearé la mayor de las soledades y sufrimientos, la infelicidad eterna, sin ningún tipo de remordimiento, además.
– Eres cruel.
– Soy un auténtico hijo de puta, sí.
Martín me miró directamente a los ojos y alzó su caña.
– Grandísimo hijo de puta, pero empiezas a ser sensible. ¡Brindo por ello!.
Chin-chin.