Por fin, después de un insólito periodo estival bochornoso en Donosti, ha llegado la galerna. “Ya iba siendo hora, ¡ni una ha habido en todo el verano!”, exclamó el anciano mientras se resguardaba del chaparrón. “¡Toda la razón!”, le contesté.
He deducido que a él también le gustan las galernas. Pillan de sorpresa y “chafan” los planes a turistas y donostiarras, pero creo que merecen la pena.
Durante al menos diez minutos las presas de la galerna se ven obligadas a resguardarse en cualquier lugar, empapadas en su mayoría, sin otro quehacer que ver caer la lluvia a chorros, como si de una película de los ochenta se tratase, esperando a que amaine. Al tiempo, poco a poco, las aguas se debilitan y los primeros valientes parten hacia su destino.
Es entonces cuando lo notas: la ciudad, el ambiente y el aire que respiras parece limpio, puro, sano. Y realmente lo es. Y, aunque sea sólo un poco, ese fregado de aceras, esa corriente que ventila la ciudad,ese plumero que quita el polvo acumulado durante un tiempo, también acicala a las personas. Y se agradece.
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Pilar says:
Pues sí. Aún me acuerdo de ese bello día y del señor del Spar!
14/10/2010 — 23:50