Ay, qué novela más dura y bonita al mismo tiempo.

Cada paso que da lo aleja más de su casa y de lo que fue suyo, de repente todo parece rotundo como un final. Cada huella es una piedra más en una especie de muro invisible que lo va aislando de todo, incluso de lo que aún puede ver, porque para marcharse no basta con poner distancia: hay que obligar a la mente a irse también.