La caja de zapatos

Cosas que me flipan, gente que admiro y mierdas que escribo.

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Psg- Capítulo Piloto

Hace tres meses pasé una mala temporada. De esas en las que te planteas dónde estás, qué has hecho con tu vida y qué rumbo debes tomar en el futuro cercano para conseguir esa odisea llamada “ser feliz”.

Aconsejada por varias personas y dejándome llevar por el impulso irracional me matriculé en un posgrado online en CM sin saber muy bien a lo que me iba a afrontar, la verdad. “Te gusta este mundillo, tiene relación con lo que has estudiado y, poniéndote en lo peor, al menos te servirá para culturizarte y crecer como profesional”, me decían.

Sin haber comenzado el posgrado asistí al Nonick, un encuentro europeo de CM que tuvo lugar en Bilbao y que se centró en las redes sociales y las comunidades on line. Hablando claro; flipé. Charlas como la que ofreció la editora on line del New York Times, Jennifer Preston, me cautivaron. Me sentí como Dori en la inmensidad del océano; perdida, pero cómoda. Me gustaba lo que estaba viendo, y me motivó de cara al posgrado.

Hoy hace una semana que comenzamos las clases. Por el momento, los alumnos nos hemos limitado a presentarnos y compartir material interesante que nos encontramos por la red. Me impresionó descubrir que la mayoría tienen años de experiencia en el sector, y me alegra saber que aprenderé de ellos tanto como de la materia que estudiemos.

Ya os iré contando.

The Art of Emotional Design

Vía Kike -que tweetea aquí y escribe aquí– he descubierto esta gran conferencia de Aral Balkan. Muy interesante y entretenida para todos los públicos que chapurreen un poco el inglés.

Aral Balkan: The Art of Emotional Design from Carsonified on Vimeo.

P.D: Gracias Kika!

Cuidado con lo que ‘Facebook-eas’

Hay días como hoy en los que te planteas el número de dedos de frente que tienen los usuarios de las redes sociales y, en general, los ciudadanos de a pie.

Resulta que la empresa francesa Alten ha decidido despedir a tres de sus trabajadores por criticar a sus jefes vía Facebook -noticia aquí -. No es que estos empleados tuviesen agregados entre sus contactos a sus superiores, no. Un ‘amigo’ de uno de ellos se encargó de pasar una copia de la conversación en cuestión, en la que tachaban de “club de nefastos” a la dirección de la empresa, a la compañía.

Como si de una dinámica de grupo se tratara, intento responsabilizar a alguien o algo de estos despidos tan poco oportunos en los tiempos que corren, y Facebook ni siquiera aparece en la lista. Leer más

Lasaitasuna

Vídeo musical para Pete Lawrie creado por Hettie Griffiths y Rob Jarvis.

Tranquilito. Me gusta.

Érase una vez…

Eh, cuidado. Aquí no estamos para contar historias en las que se coman perdices.

classic-hand

Delibes

Suena el despertador y comienzo el ritual. Pienso que ya es viernes, que viene lo bueno. Bajo a la cocina a por el primer café del día y enciendo la radio, único acompañamiento que agradezco a primera hora de la mañana. Mientras preparo la cafetera el locutor me da la triste noticia: Miguel Delibes ha muerto en la Valladolid que lo vio nacer hace 89 años.

Inmediatamente me viene a la mente un aula de colegio. Allí, la profesora de escritura creativa, que un curso antes nos impartió Literatura española, nos aconsejaba y preparaba para enfrentarnos al papel en blanco con “algo de gracia”. Recuerdo que ella era una seguidora ferviente de Delibes y que, siempre que podía, nos facilitaba textos de su ídolo para que los analizásemos y aprendiésemos de su obra. No ocultaba su admiración hacia este escritor y pretendía inculcarnos su pasión hacia Delibes y otros genios de las letras nacionales.

En su día, mientras repartía fotocopias, nos aconsejó leer alguna obra entera del vallisoletano. En junio, cuando las clases ya tocaban a su fin, nos preguntó si a alguno de nosotros nos había “picado el gusanillo”. La respuesta negativa de todos los alumnos fue decepcionante para la docente, que se limitó a susurrar “no sabéis el error que cometéis” y continuó con la materia.

Y hoy me ha vuelto a la mente esa frase. Y la profesora. No recuerdo su nombre, pero sí su pelo dorado con ondulaciones amplias, sus arrugas de expresión y sus pequeñas gafas con las que camuflaba uno ojos azules que habían leído millones de frases.

Hoy es uno de esos días en los que te gustaría hacer justicia y correr al centro escolar que sufrió tu temprana edad del pavo para buscar a esa persona que tanto te aportó. “Oye que… cuando nos recomendaste leer a Delibes… escogí ‘El Camino’. Y me gustó mucho. No te di las gracias en su debido momento”.

Gracias.

Aclarando conceptos

En el artículo de Manuel M. Almeida (aka Mangas Verdes) sobre la aplicación El Mundo en Orbyt encuentro la siguiente frase:

No basta con reeditar el formato de periodismo 1.0 en traje de seda, porque por mucha lentejuela 2.0 que se le quiera añadir, periodismo 1.0 se queda

Me ha parecido tremendamente acertada la reflexión que, sin referirse exclusivamente a la iniciativa de Unidad Editorial, alude y afecta a varios medios de comunicación escritos convencidos de que volcar la información de sus páginas a Internet es tener una versión digital.

Hace falta un poco de conocimiento sobre la red de redes, los hábitos de consumo digitales y, más que nada, osadía. Esa osadía, audacia, atrevimiento y riesgo que brilla por su ausencia en el mundo de la comunicación.

No majo, no

Pónganse en situación y luego me cuentan lo que opinan al respecto.

Niña crece con pocos ídolos musicales. Básicamente, los que eran del gusto de sus progenitores. Cuando, antaño, su familia tardaba 3 horas y media en recorrer algo más de 200 kilómetros en un vehículo sin aire acondicionado y con la novedad de poder escuchar el hilo musical que emanaba un cassette, sin otra alternativa que la resignación auditiva, el gusto musical de la pequeña era indiferente.

Esa chiquilla creció y la herencia musical hizo el resto. Cuando todos los niños canturreaban canciones de Boom Boom Chip, Parchís, Xuxa Park o líricas de payasos varios, ella no podía presumir de conocer al dedillo cada tema de The Beatles, ni Juan Pardo, ni Joaquín Sabina (quédense con este último). Los niños son crueles y ésa es una realidad que mamamos desde que nacemos.

Resulta que la joven llega a la adolescencia, y todavía se emociona con tracks que suman más años de edad que ella misma. Cada vez más, se identifica con esos versos rebeldes izquierdistas postfranquistas, antisistema, divertidos y, en ocasiones, sentimentales.

Comienza a trabajar, ergo, a ahorrar lo que su sueldo de 3 cifras permite.

Y, tras años de espera, llega el momento. Una de las figuras de su infancia visita su ciudad para ofrecer un concierto. Emocionada, entra al portal web donde los billetes están a la venta, soñando con disfrutar de un concierto que, quizá, sea el último que el artista ofrece en su localidad natal. Tras cargarse la página, la indignación recorre sus venas de manera acelerada. “¿De 50 a 60 euros por entrada?”.

Es entonces cuando recuerda todos aquellos temas de rebeldía izquierdista postfranquista y antisistema. Muy a su pesar, experimenta la desilusión de constatar que, también los amores platónicos culturales, pueden llegar a ser hipócritas.

Hay que comer mierda, pero… ¿cuánta?

La vida, como todo lo que gira alrededor del Sol, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Y dentro de esta vida, en específico el ámbito laboral, despunta por albergar en su seno más momentos frustrantes que satisfactorios. Y dentro de esa vida laboral, destaca, con creces, el periodismo.

Si un periodista debiera dar tan solo un consejo a su hijo, nieto o persona querida del entorno, estoy casi 100 por cien segura de que sería éste; no trabajes como periodista a no ser de que tengas un gran enchufe.

En este mundillo ser bueno o amar la profesión no tiene por qué acarrear trabajar de lo tuyo. Ni tener un buen sueldo. Ni librarte de comer mierda los primeros diez años bajo la excusa de las aclamadas “becas de formación” o “colaboraciones”. Aquí no.

En el fatídico y deslucido ámbito de la comunicación las cosas funcionan de otra manera; a base de aguantar hasta que alguien aparezca con un contrato o, por el contrario, una invitación a abandonar el ordenador que durante años has aporreado con el objetivo de servir a la sociedad y mantenerla informada de lo que acontece en el mundo.

Como es sabido, aguantar cansa a todo ser humano. No obstante, resignarse con un buen sueldo a final de mes y condiciones laborales más o menos dignas hasta alcanzar el puesto anhelado puede ser mucho más llevadero.  Las dudas invaden tu cabeza día a día; ¿cómo puedo permitirme el lujo de independizarme sin llegar a cuatro cifras mensuales? ¿qué voy a hacer cuándo, en un futuro, tenga un chicuelo a quien cuidar y educar?¿qué pensará mi marido las jornadas en las que sólo coincida con él dos horas diarias?

Da igual. No te lo planteas. Al principio decides vivir el día a día, dejando en un cajón los planes de futuro. Hay que aguantar. Pero, tarde o temprano, llega ese minuto en el que fantaseas con cómo serás dentro de cinco años y en qué lugar del mundo estarás. Y no lo ves.

Es entonces cuando, en un arrebato de conciencia humana decides luchar contra ese monstruo llamado empresa y acabar con esa injusticia denominada beneficios empresariales que se aprovechan de las personas para que su búnker financiero siga intacto y su BMW no se convierta en un ‘simple’ Seat Córdoba.

Sacas tu espada y llamas al ejército. Todos están ansiosos de poner a cada uno en su sitio, de reivindicar sus derechos y sacar a flote su dignidad como relator de actualidad.Pero, de repente, uno se echa atrás y comienza a dudar. El miedo que invade al primero, como si de una plaga se tratara, comienza a esparcirse entre los soldados. Como un dominó, acaban cayendo más de diez, y después, más de cien, y más tarde miles. Y, finalmente, sólo quedas tú y un pequeño séquito que, desgraciadamente, si va a la batalla, morirá y será reemplazado en sus tareas diarias por cualquiera de los que se echaron atrás en un principio.

En estos momentos, yo pertenezco al grupo de acongojados que aguarda en el campamento a recibir novedades del frente en el que no me atreví a entrar. Y, por lo tanto, no tengo derecho a quejarme de comer mierda. Sólo pido una cosa; un líder que nos abra las puertas y nos obligue a luchar. A todos. Que nos quite las dudas de encima. Porque si no lo hace no avanzaremos. Porque si no aparece acabaré por abandonar el barco en el que tanto ansié zarpar.